La sala es reducida, pero está bien iluminada. El sol matiza de amarillo las paredes y las miradas. Los objetos exhalan un aroma ferroso y aséptico, como de lavandería y fresadora.
Somos muy pocos, la mayoría de negro, porque el luto se lleva según las revistas de moda. Algunas tías viudas, un par de amigas y pocos primos escrupulosos con el cumplimiento del protocolo social. Antes de entrar, bajo el exiguo sol de marzo, abrazos de mariposa, besos de soslayo y qué guapa estás, tan morena en invierno. Se ve que vives en el sur. No, es maquillaje. Ninguna emoción. Personas y palabras bidimensionales.
Adentro, el padre yace encerrado en un artilugio espantoso. La muerte y la tecnología no se llevan nada bien. Yo, siempre fantaseando sin sentido, imaginaba una cremación al estilo del Ganges y no una especie de sandwichera traccionada por poleas invisibles. El cura de mi pueblo ha venido hasta el tanatorio a decir unas palabras. en euskera, el idioma del padre. Cabreo y perplejidad en la familia. Yo me sonrío. No he querido verlo, aunque "estaba guapísimo" también él, a pesar de que no vivía en el sur. No quiero conservar en mi mente la imagen del padre muerto.
Llega el momento del descenso a los infiernos del horno crematorio y, con él, el de la actuación teatral. Mi madre se arranca y corre a ridículos saltitos hasta la sandwichera apretándose el pecho. No consigue llorar, pero ha sido un buen golpe de efecto. Un pequeño revuelo de susurros de abanico recorre las escasas filas. Pobre mujer, no quiere despedirse todavía. Vuelve a mi lado y recupera la compostura. Mi padre desciende y se pierde para siempre. con él se va mi vida familiar y comienza la postvida o la subvida, según cómo se mire.
Yo no siento nada, porque no acabo de creer lo que está sucediendo. Lo observo desde fuera, como si de una película se tratara. Pero aprieto la mano de César. La aprieto con fuerza y él me toma de la cintura.
Salimos. Las tías comentan a media voz que es mucho más bonito un entierro tradicional, que esto es como más frío. Y se despiden hasta el funeral.
Allein! Weh, ganz allein. Der Vater fort, hinabgescheucht in seine kalten Klüfte... Agamemnon! Agamemnon! Wo bist du, Vater? Hast du nicht die Kraft, dein Angesicht herauf zu mir zu schleppen?. Es ist die Stunde, unsre Stunde ist's, die Stunde, wo sie dich geschlachtet haben, dein Weib und der mit ihr in einem Bette, in deinem königlichen Bette schläft. Sie schlugen dich im Bade tot, dein Blut rann über deine Augen, und das Bad dampfte von deinem Blut. Da nahm er dich, der Feige, bei den Schultern, zerrte dich hinaus aus dem Gemach, den Kopf voraus, die Beine schleifend hinterher: dein Auge, das starre, offne, sah herein ins Haus. So kommst du wieder, setzets Fuß vor Fuß und stehst auf einmal da, die beiden Augen weit offen, und ein königlicher Reif von Purpur ist um deine Stirn, des speist sich aus des Hauptes offner Wunde. Agamemnon! Vater!. Ich will dich sehn, laß mich heute nicht allein!. Nur so wie gestern, wie ein Schatten, dort im Mauerwinkel zeig dich deinem Kind! Vater! Agamemnon! Dein Tag wird kommen! Von den Sternen stürzt alle Zeit herab, so wird das Blut aus hundert Kehlen stürzen auf dein Grab!. So wie aus ungeworfnen Krügen wird's aus den gebundnen Mördern fließen, und in einem Schwall, in einem geschwollnen Bach wird ihres Lebens Leben aus ihnen stürzen, und wir schlachten dir die Rosse, die im Hause sind, wir treiben sie vor dem Grab zusammen, und sie ahnen den Tod und wiehern in die Todesluft und sterben. Und wir schlachten dir die Hunde, die dir die Füße leckten, die mit dir gejagt, denen du die Bissen hinwarfst, darum muß ihr Blut hinab, um dir zu Dienst zu sein, und wir, wir, dein Blut, dein Sohn Orest und deine Töchter, wir drei, wenn alles dies vollbracht und Purpurgezelte aufgerichtet sind, vom Dunst des Blutes, den die Sonne nach sich zieht, dann tanzen wir, dein Blut, rings um dein Grab: und über Leichen hin werd ich das Knie hochheben Schritt für Schritt, und die mich werden so tanzen sehn, ja, die meinen Schatten von weitem nur so werden tanzen sehn, die werden sagen: einem großen König wird hier ein großes Prunkfest angestellt von seinem Fleisch und Blut, und glücklich ist, wer Kinder hat, die um sein hohes Grab so königliche Siegestänze tanzen!. Agamemnon! Agamemnon! | ¡Sola!. ¡Ah!, completamente sola. El padre me dejó, precipitado en los fríos abismos... Agamenón!, ¡Agamenón!, ¿Dónde estás, padre?, ¿no tienes la fuerza necesaria para acercar tu cara a la mía?. Esta es la hora, nuestra hora, la hora en que te mataron. Tu esposa y el hombre que con ella duerme en el lecho, en el lecho real. Ellos te asesinaron en el baño. La sangre manaba por encima de tus ojos y el baño humeaba con tu sangre. Allí te asió, el cobarde, por los hombros y te sacó a rastras de tus aposentos. Primero, la cabeza. Detrás, las piernas inertes. Pero tus ojos, todavía abiertos, miraban fijamente dentro de la morada. De este modo has de volver, paso a paso. De pronto, surgirás, con tus ojos completamente abiertos, y una diadema real de púrpura ciñendo tu frente, que se alimentará de la herida todavía abierta en tu cabeza. ¡Agamenón!, ¡Padre!. ¡Quiero verte!, ¡no me abandones hoy! Simplemente como fue ayer, como una sombra que se deslizaba a lo largo del muro, ¡muéstrate a tu propia hija!. ¡Padre!, ¡Agamenón!. Tu hora llegará. Así como el tiempo se precipita desde las estrellas, así se derramará sobre tu tumba la sangre que mana de cien gargantas. Como de cántaros quebrados, así brotará de la alianza de los asesinos, y en un aluvión, en un torrente incontenible, de sus vidas renacerá la vida, y en honor a ti sacrificaremos los caballos que hay en tu casa, los llevaremos juntos hasta tu tumba, y ellos sentirán la muerte y relincharán al aire de la muerte y allí morirán. Y nosotros sacrificaremos en tu honor los perros, que lamían tus pies, que cazaban junto a ti, a los que entregabas las sobras de tu comida. Por ello, debe su sangre postrarse ante ti y servirte, y nosotros, nosotros, tu misma sangre, tu hijo Orestes y tus hijas, los tres, cuando todo esto se haya consumado, cuando los torrentes de púrpura hayan brotado de la sangre humeante reseca por el sol, entonces, nosotros, tu misma sangre, danzaremos alrededor de tu tumba. Y sobre los cadáveres alzaré yo mis rodillas, un paso tras otro, y todo el que me vea danzar, aunque solamente pueda ver danzar mi sombra en la distancia, dirá: un gran rey está siendo grandemente honrado aquí, por su misma carne y por su misma sangre, y dichoso sea aquél cuyos hijos bailan la regia danza de la victoria alrededor de su tumba. ¡Agamenón!, ¡Agamenón!. |
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