
La Operación Gladio constituyó una conspiración anticomunista de la CIA que hoy ya ningún historiador medianamente serio discute. Sin embargo, casi siempre que se menciona la Operación Gladio en TV, es en el contexto de los llamados "programas de misterio". De este modo, se logra que para el gran público los atentados de bandera falsa de la CIA en Italia no constituyen un hecho de la historia "seria", sino un fenómeno paranormal probablemente falso, pero divertido, como el bigfoot o la ouija.
Los marxistas tenemos una concepción de la historia que nos enseña a desconfiar por sistema de las explicaciones oficiales. Sabemos que las explicaciones oficiales son casi siempre ideología y que la ideología ha sido un instrumento de dominación sumamente poderoso, mucho antes de que existiesen los oligopolios mediáticos. En cierto modo, Marx fue el primer historiador científico y, al mismo tiempo, y precisamente por eso, el primer conspiranoico. Gracias al modo marxista de ver la historia, hemos aprendido que es más útil saber de dónde sacó Hitler el dinero para fundar su partido que de dónde sacó las ideas. Gracias a Marx sabemos que las Cruzadas no se organizaron por motivos místicos, sino económicos. O que la Revolución Francesa no triunfó por el ansia de libertad del pueblo, sino porque la burguesía deseaba derrocar a la aristocracia del poder.
Lejos de rigideces dogmáticas, la manera marxista de entender los hechos presentes y pasados, apela a utilizar la racionalidad, a no dejarse engañar por cantos de sirena, a mirar la letra pequeña de la historia y a mantener cierta desconfiada prevención acerca de la naturaleza humana sometida en esta vida mortal a la necesidad material. El marxista sabe que los discursos pueden y suelen mentir, que las historietas y las peripecias difundidas casi siempre son ficción, pero que los hechos generales, estadísticos, a pesar de su frialdad, no mienten. Por eso se fia más de la tasa de alfabetización o de la tasa de mortalidad infantil de Cuba o Irán que de los bellos discursos sobre la libertad y la democracia de los editoriales de El País o de las truculentas historias de los supuestos disidentes políticos.
Con estas premisas ¿qué podemos decir de los atentados terroristas de Noruega?
En primer lugar, hay que determinar qué es lo que queremos saber sobre el caso. Si lo que queremos saber es cómo pensaba Anders B. Breivik, qué le llevó a actuar así, qué tipo de arma utilizó o cómo se sintieron sus víctimas, entonces lo mejor es que desistamos de acceder a esos datos y nos entreguemos al agradable juego de crearnos nuestra propia apasionante novela o leer las que pergeñen otros. Quizá dentro de unos meses tengamos ya la película.
Unos hechos como los de Noruega tienen una dimensión humana trágica, pero lo que los hace especiales es su dimensión política. A nivel individual es terrible que un ser querido muera asesinado por un demente, pero cada día millones de personas mueren de modo trágico -la mayoría de hambre y enfermedades curables, por cierto. En un sentido político-mediático, un millón de muertes por hambre en Somalia valen igual si no menos que 80 asesinados en Noruega. Así que lo que está aquí en juego es lo político. Y para lo político daría lo mismo que en la isla de Utøya real hubiesen muerto 80 personas que 180 ó 18. De hecho, hay que decir que, políticamente, ni siquiera es relevante que haya existido realmente un atentado o que Anders B. Breivik sea un personaje inventado. Puesto que, como suele suceder siempre en este tipo de macroatentados, no ha muerto ninguna VIP, entonces lo importante no es la realidad, sino las noticias de los grandes medios sobre esa realidad y cómo afectan esas noticias a la opinión pública.
Siempre he opinado que para comprender el por qué de una conspiración es mucho más útil leer El País que nuestros blogs conspiranoicos. En los grandes medios, cuanto más oficiales y convencionales mejor, está lo que los poderosos del mundo quieren que creamos y pensemos. Ese es el dato más contundente y fiable que tenemos.
Los grandes medios no mienten, no en el sentido de que digan la verdad sobre los hechos, sino en el sentido de que dicen la verdad sobre sus intenciones. En una operación de bandera falsa, la bandera, aun siendo falsa, nos explica cuáles son las intenciones del autor del atentado, lo que muy a menudo nos permite conocer a ese autor. Pongamos un ejemplo muy conocido. El hundimiento del USS Maine en la Habana, en 1898, fue un hecho que la prensa de EE.UU. atribuyó a España. La bandera era falsa en cuanto a la autoría del atentado, pero absolutamente certera en cuanto al interés del autor: una guerra contra España. Es muy importante hacer notar aquí que, en realidad, da igual quién haya sido el autor del hundimiento del Maine. Es igual que haya sido un accidente fortuíto, un autoatentado, un ataque español o un rayo disparado desde un OVNI. Lo importante, políticamente hablando, es quién fue el culpable según la prensa y, por tanto, a quién consideró culpable la opinión pública norteamericana.
Este es el criterio que podemos utilizar para intentar comprender algo en el maremágnum de datos -a menudo contradictorios- y de preguntas que aparecen sobre los atentados de Noruega. Es legítimo y comprensible que queramos saber si tales atentados son obra de un fanático (o de un grupo de ellos) o bien si se trata de una operación de bandera falsa al estilo de Gladio, organizada por servicios de inteligencia. Está claro que, de tratarse de esta última posibilidad, tendríamos ya dilucidado el móvil político, pero el problema es que, con la experiencia que ya tenemos del 11-S y el 11-M, nos tememos que nunca quedará resuelta la cuestión: la prensa seguirá fomentando el batiburrillo de datos sorprendentes y contradictorios sin permitirnos llegar a ninguna conclusión clara en relación a los hechos. En estos atentados siempre hay hechos que no encajan, pero pasan los años, las investigaciones y los juicios y terminan quedando eternamente desencajados.
Pero nos ocurre en estas cosas que los árboles no nos dejan ver el bosque. Yo no conozco los detalles del 11-S, ni creo que casi nadie los conozca de modo fehaciente. Hay decenas de detalles que no encajan. Pero no importa. Hay algo que encajó como un guante y que no es ningún detalle. El 11-S era lo que la opinión pública de EE.UU. y del mundo occidental necesitaba para aprobar una invasión a países que no habían hecho nada y que incluso eran aliados de Occidente como Irak y Afganistán. Era lo que necesitaba y, justamente, ocurrió. Si fue el destino, Bin Laden, o Bush el que estrelló esos aviones, no pasa de ser una mera curiosidad. Lo históricamente relevante no fue lo que pasó sino cómo los medios utilizarón lo que pasó.
En el caso de Noruega, pues, lo que debe orientar nuestra investigación es ¿qué moraleja -si es que hay alguna- están difundiendo los grandes medios para que ésta cale en la opinión pública? Aun es pronto para contestar a la pregunta. Pero, de momento, yo solo concibo estas tres posibilidades:
1-Que el atentado haya sido provocado por uno o varios fanáticos de manera absolutamente independiente y desvinculada de cualquier organismo militar o de inteligencia.
2-Que el atentado haya sido dirigido, provocado o consentido por algún organismo militar o de inteligencia.
3-Que el atentado haya sido provocado por uno o varios fanáticos de manera absolutamente independiente y desvinculada de cualquier organismo militar o de inteligencia, pero que, una vez ocurrido, haya sido utilizado por esos servicios de inteligencia para, a través de los grandes medios, lograr determinados objetivos políticos.
Si es cierto el primer supuesto, no hay nada que decir del atentado políticamente hablando: pertenecerá a la crónica de sucesos por más que sus autores pretendan tener objetivos políticos.
Si es cierto el segundo supuesto, o si se vuelve cierto el tercero, hay que ir viendo en los grandes medios -especialmente en los noruegos- el para qué. Como parece que ningúna persona VIP ha muerto en el atentado se trataría entonces de un atentado de bandera falsa y sería cuestión de ver hacia dónde apunta esa bandera.
De momento apunta a los partidos ultraderechistas nórdicos. Pero ¿a quién beneficia desprestigiar a los partidos ultraderechistas nórdicos? Es difícil contestar a eso sin conocer bien la realidad política de esos países, pero estos partidos, que están obteniendo espectaculares resultados electorales, podrían muy bien constituir un obstáculo para la marcha del capitalismo mundial. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos promueven un nacionalismo económico que iría en contra de la globalización que promueve el sistema.
No es mucho más, me parece, lo que cabe elucubrar sin perder los pies del suelo sobre este asunto tan macabro y demencial. Un tipo que dice odiar a los musulmanes y a los marxistas y que, por tanto, mata a 80 personas ninguna de las cuales era musulmana o marxista parece un absoluto imbécil.
Lo que queda por saber es si Anders Behring Breivik ha sido un imbécil util o un imbécil a secas. Y si ha sido útil, averiguar en qué. La prensa, sin quererlo, nos lo irá desvelando.