Para vergüenza del pueblo suizo y para vergüenza ajena, sobre todo, el 58% de sus ciudadanos ha decidido prohibir la construcción de alminares en las mezquitas. Es preciso recordar que no lo han hecho para evitar la llamada a la oración musulmana: esta ya se encuentra prohibida en virtud del cumplimiento de la ley de ruidos, ¿Por qué se prohiben entonces los minaretes?
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Otro fenómeno revelador: para vergüenza del feminismo internacional, las feministas suizas han sido las aliadas de la extrema derecha para perpetrar esta patada a los derechos humanos que supone la primera medida legal en una democracia occidental dirigida contra una religión en concreto. Las feministas suizas apoyan una persecución religiosa en un país en el que la mujer no ha podido votar ¡hasta el año 1.971! Y ello no por causa de un golpe de Estado y la posterior dictadura, como ha sucedido en España, sino por la decisión democrática de sus habitantes. Otro curioso caso de proyección: semejante país se permite dar lecciones de feminismo al Islam.
Las mezquitas suizas, exceptuando la de Ginebra, cantón que paradójicamente tiene el orgullo de haberse opuesto a esta medida, son discretas, indiferenciables de cualquier local. Aproximadamente, unos 400.000 suizos, un 12% de la población total, son musulmanes. Muchos de ellos procedentes fundamentalmente de la ex-Yugoslavia y Turquía. Estos países no han sido vinculados con el terrorismo internacional ni siquiera por las mentes calenturientas e inmorales de los neocons, así que no deja de sorprender que estos mensajes tan burdos como falaces calen en la mayoría de un estado supuestamente culto y civilizado, claro que a lo mejor no lo es tanto. Ya hemos visto que este país que se nos vende como un idilio de pastorcillas y viejecillos relojeros y un paraíso de libertad capitalista esconde mucha porquería tras esa imagen de cuadro de comedor: tráfico de armas, machismo recalcitrante... Pero veamos algunas cosas más.
Quizá convenga refrescar la memoria acerca de que los civilizados suizos que temen el fanatismo del Islam se han venido matando hasta hace nada en guerras religiosas fratricidas, básicamente entre católicos y protestantes, mucho después de que en Europa se olvidaran del asunto.
Otro mito es el de la supuesta neutralidad suiza, que recuerda mucho a la supuesta neutralidad de Franco. Suiza dio apoyo económico a la Alemania nazi, y solo cuando vio que Alemania iba a perder la guerra dejo de permitir que la Luftwaffe se pasease por ella. La mayoría de los suizos soñaban con una victoria nazi, aunque su cobarde e hipócrita afán de lucro fue lo único que les impidió alinearse a las claras con el Führer.
Suiza es también la sede de buena parte de las corporaciones empresariales más criminales del planeta. Nestlé, las farmaceúticas Novartis y Roche, o Adecco, que hoy llamamos ETT, pero que antes se llamaba tráfico de esclavos.
Suiza es también, como tantas otras repúblicas bananeras, un paraíso fiscal. Es decir, un país que pone a buen resguardo el botín de todos los criminales del mundo, desde defraudadores del fisco hasta genocidas, pasando por narcotraficantes y todo tipo de grandes delincuentes. Éste si que es, con todas las letras un estado que acoge a terroristas. ¿No se ha planteado Hussein Obama invadirlo?
Todo el márketing de relojes y chocolate se viene abajo en cuanto rascas un poco la costra del bienestar suizo. ¿Alguien se cree que hoy un país se puede hacer uno de los más ricos del mundo fabricando relojes y tabletas de chocolate? En cualquier caso, no se puede poner puertas al campo y el Islam no se detiene mediante la prohibición de los alminares de las mezquitas. Si es cierto, cosa que dudo, que se está produciendo una islamización de Suiza y si esto les parece peligroso o negativo a la mayoría de los suizos, deberían preguntarse por qué. No será por culpa de la inmigración reducida al mínimo gracias a las leyes nazis de extranjería suizas. De verdad lo que les espanta, porque llevaría sin duda a una reflexión más profunda, es la expansión imparable del Islam entre los emigrantes de tercera generación y entre los propios suizos de sangre pura y rubios como el trigo y blancos como el queso. A lo mejor lo que les aterra es que el civilizado gigante occidental se tambalea sobre sus pies de barro, no por agresiones externas sino por su propia crueldad, su insaciable ansia de oro a cualquier precio y su desapego real a lo que dice defender con uñas y dientes. Los asesinos y los ladrones tienen miedo a las religiones y a las ideas políticas auténticas, las que no les sirven de tapadera, porque les ponen en evidencia.
Quizá Suiza debería comprender que, en efecto, su país está lleno de misiles y de intolerantes. Pero que ni los misiles son las torres de las mezquitas, ni los intolerantes son los que se reúnen a rezar mientras ellos se lucran con el sufrimiento del mundo en su bello y tranquilo país, que tiene la belleza y la tranquilidad de los sepulcros blanqueados.