domingo, 17 de mayo de 2009

Comiendo fuera. Hoy: Matteo (Oiartzun)

Hace tiempo comenté que, de vez en cuando, incluiría recomendaciones de restaurantes buenos y baratos que, en muchos casos, no aparecen en ninguna guía. Lo que no pensé fue en hacer antirrecomendaciones; pero, ante la experiencia traumática que sufrí ayer, no me resisto a inaugurar esta nueva sección que, espero, sea poco extensa, ya que significará que me han timado poco.
Porque lo de ayer fue un toco-mocho culinario. En primer lugar, te sablean el dinero y el tiempo reservados para disfrutar de una buena cena. Y lo peor es que te toman por idiota, ofreciéndote bazofia camuflada de alta cocina. Voy a contaros mi padecimiento de anoche. Pero, antes, esbozaré una breve historia del restaurante Matteo, en otro tiempo, un lugar precioso donde se comía mejor que bien.
Recuerdo el Matteo de hace unos quince años, cuando acudía frecuentemente con mi familia. En aquel tiempo lo regentaba María Luisa Eceiza. Estaba situado desde hacía un siglo en un entorno precioso. A través de sus ventanales, se contemplaba el río Oiartzun flanqueado de praderas y hermoso árboles. El comedor estaba decorado con muy buen gusto, la atención era cercana, pero exquisita y la comida, que es lo principal, deliciosa. Todavía recuerdo su magnífica ensalada de bogavante, el solomillo al foie o sus incontables postres. Bueno, pues todo eso ha desaparecido, incluidos los árboles y las praderas, aunque, esto último no sea culpa del actual cocinero sino de la avidez especulativa urbanística que, también en este pueblo, ha causado estragos.
Recientemente, el Matteo ha cambiado de chef y yo, animada por mis recuerdos infantiles, me decidí a disfrutar de una deliciosa cena con mi pareja. El fiasco fue absoluto. Comenzaré citando detalles extragastronómicos, pero que, en mi opinión, también deben ser cuidados en un restaurante que se precie.
1. Al reservar mesa, no se especifica si un comedor es o no de fumadores. A mí me encanta fumar un buen puro tras una buena comida y me encontré con que en mi zona no se podía fumar. Eso se advierte. Menos mal que, dado que la cena resultó repugnante, fue menos frustrante no poder fumar. De hecho, no tomamos ni café y salimos escopetados al bar de siempre donde nos pusieron unos cafés estupendos y pudimos fumar nuestro puro.
2. La carta es tan reducida que te ves obligado a pedir el menú degustación. Se supone que es más económico y que te ofrece un abanico de lo que allí se cocina, pero en este caso es prácticamente obligatorio pedirlo porque la carta abarca los mismos platos. Lo mímimo que se puede pedir, ya que se limitan a este menú es que esté delicioso. Pues no, nada de eso.
3. El servicio es lamentable, no por la lentitud, ya que cocinan en serie, pero a mí no me parece normal que en un restaurante de este tipo las camareras se den órdenes a grito pelado delante de los clientes, como si de un merendero se tratase. Por favor, un poco de discreción. Los temas de trabajo se tratan en la cocina. Tampoco me parece normal que la camarera te pregunte cariacontecida si "no te ha gustado el plato, bonita." Si me lo he dejado es que no me gusta, señora. Como yo no bebo alcohol, pedí un zumo de tomate. Llamaron al chef, ante lo insólito de mi petición y, por fín, tras mucho elucubrar, me aparecieron con un vaso de cocktail lleno de zumo, mal preparado y con una cucharita... Qué calamidad. Y ahora, por fín, vamos a centrarnos en la comida.
Si os cito los platos que pedimos, la cosa suena bastante bien. Como entrantes, ensalada de cigalas y guacamole, micuit, canelón de berenjena, hojaldre de puerros... Como plato principal, merluza con txangurro y carrilleras de ternera. Postre: bizcocho de chocolate con helado de caramelo y chocolate blanco. Leído está bien. Lo malo es comérselo. Todos los platos sin excepción están deslavazados e insípidos. Hay que tener arte para arruinar una merluza de buena calidad y conseguir que sepa a agua del grifo. Las carrilleras de mi marido, (las que comió, quiero decir) olían básicamente a chamusquina y por lo visto estaban alternativamente sin pizca de sal e hipersaladas. El postre ni lo probé porque olía a Titanlux. Mi marido se atrvió a meter la cuchara en el chocolate blanco y refirió que le recordaba a un yogur caducado, pero sin el menor rastro de sabor a chocolate. También comentó que el vino que acompañaba al menú degustación sabía básicamente a agua aunque con un retrogusto a pesticida muy peculiar.
En fín, lo que a veces resulta una pena, el hecho de que la comida sea muy escasa, fue la única ventaja de la noche.
Solo puedo decir algo positivo del sitio este: tuvieron el buen gusto de no poner el canal romántico del hilo musical o la Cadena 40. En su lugar, cantaba Xabier Lete, como símbolo de lo que un día fue y ya nunca más será.

P. D. (Noviembre, 2009) Últimamente han ido a comer amigos míos de confianza y me aseguran que sus experiencias han sido cuando menos aceptables, ni mucho menos tan desagradables como la nuestra. Quizá tuvimos mala suerte. En cualquier caso, en esta como en otras críticas de restaurantes me limito a describir experiencias concretas. La de aquél día fue pésima. Quizá en el futuro volvamos a probar suerte

1 comentario:

Marijo dijo...

Seguro que te alegrará saber que Maria Luisa Eceiza ha vuelto a ponerse al frente del Matteo y que la comida y el servicio vuelven a ser los que recordábamos.