Supongo que quedarían perplejos, porque esta nueva izquierda buenrrollista y dicharachera es absolutamente pacifista. Esta alienación es la que más me irrita y me deprime. Algunos hablan de que tiene que terminar la pobreza en el mundo, mientras se sienten orgullosos de trabajar en la banca o en una transnacional por mil euros al mes. Admiran a su jefe y piensan que las huelgas son inútiles, que están desfasadas y que, además, y esto es lo terrible, no pueden permitirse que les descuenten un día de salario porque, aunque siguen viviendo con sus papis porque no pueden pagar una hipoteca, están hasta el cuello pagando las letras de su todoterreno con el que se trasladan a hacer el bobo los fines de semana contaminando como una pequeña fábrica móvil, aunque son tan ecologistas que apagan cinco minutos la luz cuando se lo dice la tele.
El mensaje del falso pacifismo ha calado muy hondo en nuestra sociedad, pervirtiendo el lenguaje y la realidad de los hechos. La gente ha olvidado que existe la violencia defensiva, absolutamente legítima y la ofensiva, totalmente deplorable. Esta figura que está recogida hasta en el código penal en forma de legítima defensa es admitida sin chistar por cualquiera. Todos comprendemos que una mujer maltratada le pegue un golpe a su marido para defenderse, aunque este golpe termine con su vida y hasta empatizamos con ella. ¿Por qué no se extrapola esta lógica tan elemental al conjunto del orden mundial o a las graves injusticias sociales dentro de cada país?
Los mass media y las escuelas han invertido mucho tiempo y dinero en ello. Las mujeres maltratadas o los niños abusados por un pederasta resulta que son los terroristas. Si la violencia ofensiva practicada por los asesinos israelíes, norteamericanos y europeos, se considera civilización, entonces ¿consideraremos también beneficiosa la violencia ejercida contra las mujeres maltratadas?. Seguro que muchos maltratadores argumentan que ellas se merecian, por su maldad, la paliza que les han dado. También se nos dice que los genocidas yanquis e israelíes son benefactores que quieren llevar a los países incivilizados su libertad y su democracia. Sin embargo, palestinos, chechenos, afganos, guerrilleros colombianos, kurdos, etc, etc, son terroristas a los que hay que combatir.
Y cuando se somete la disidencia y ya no es necesaria la violencia física, se utiliza la psicológica, que es más cómoda y eficaz. Se deslumbra a la gente con el consumo fácil, se la esclaviza con trabajos arduos y mal remunerados y se repiten los mensajes adecuados en los medios de desinformación.
La violencia ofensiva no se detiene ante nada. Cuando todo esto falla, se utiliza al poder legislativo y al judicial para ilegalizar partidos, inventándose cualquier excusa. En Euskadi se está dando la situación inconcebible de que se detiene a una persona por decir que lamenta la muerte de alguien en lugar de condenarla. Sin embargo, se ha repetido con tanta saña que lo que hay que hacer es condenar y no lamentar o sentir, que el 90% de los españoles verán absolutamente lógico este razonamiento, incluídos los izquierdosos del principio que, por supuesto forman parte de la izquierda meramente nominal, asimilada al sistema.
Yo, como el Ché, como Hamás, como el P.K.K, como las FARC, condeno la violencia ofensiva, invasora, la explotadora y apoyo sin ambages las violencias defensivas que se producen hoy en el mundo, desde la yihad a las marxistas, desde las nacionalistas a las ecologistas. Todas, en el fondo, hacen lo único que puede hacer un humano que todavía pretenda conservar ese nombre: resistir a la esclavitud, a la destrucción, y a la globalización del sufrimiento.
Yo, como el Ché, como Hamás, como el P.K.K, como las FARC, condeno la violencia ofensiva, invasora, la explotadora y apoyo sin ambages las violencias defensivas que se producen hoy en el mundo, desde la yihad a las marxistas, desde las nacionalistas a las ecologistas. Todas, en el fondo, hacen lo único que puede hacer un humano que todavía pretenda conservar ese nombre: resistir a la esclavitud, a la destrucción, y a la globalización del sufrimiento.
Iñaki Gil de San Vicente
Günther Anders
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