Enfrente de Pasajes de San Juan, al otro lado de la bahía, está Pasajes de San Pedro. Ambas localidades mantienen una rivalidad tradicional que se refleja en las traineras, es decir, en las regatas. Tiene gracia que las regatas famosas en el mundo sean las de Oxford y Cambridge, porque cuando se han enfrentado a Pasajes rara ha sido la ocasión en que los ingleses no han sufrido humillantes derrotas.
Hablando de derrotas, en una placa colocada en una pequeña ermita de esta calle se conmemora la victoria en 814 del ejército formado por vascos y musulmanes frente a las tropas de Carlomagno, que pretendía convertir el sur de los Pirineos en parte de su imperio. La tradición cuenta que en ese grupo de valientes iban muchos sanjuandarras. Y, hablando de imperios, los vecinos de San Juan, en este país gobernado por don Paco López, siguen siendo todavía hoy de los más concienciados con la causa de la independencia y el socialismo.
Para colmo de bienes, este pueblecito de una sola calle está lleno de buenos restaurantes en los que se puede comer un pescado excelente y el turismo cafre no llega hasta aquí porque, afortunadamente, Donibane no tiene playa, ni hoteles de lujo con spa.
Casa Mirones es, por tanto, sólo uno de los muy buenos restaurantes que tiene esta calle. Se accede a él por unas empinadas escaleras, pero la subida se agradece porque así se obtienen las magníficas vistas de las que goza su terraza. Cenar mientras anochece en el puerto, observando cómo maniobran los grandes barcos de carga, o cómo zarpa la pequeña lancha que comunica los dos Pasajes es una experiencia inolvidable.Para colmo de bienes, este pueblecito de una sola calle está lleno de buenos restaurantes en los que se puede comer un pescado excelente y el turismo cafre no llega hasta aquí porque, afortunadamente, Donibane no tiene playa, ni hoteles de lujo con spa.
Con semejantes vistas, la verdad es que apenas daría tiempo a fijarse en la decoración si no fuera porque los dueños parece que desean que lo hagas. Yo no sabría si catalogarla de kitsch o de encantadora. Quizá el rinconcito que tienen preparado para parejas de enamorados entre de lleno en el primer concepto. Pero el resto del restaurante, con su decoración rosácea, con sus bonitas lámparas chinas de papel, sus velas y sus fuentes de interior de circuito cerrado, la verdad es que resulta muy agradable.
Pero vayamos a lo importante en un restaurante. La carta de Casa Mirones está bastante bien surtida -al menos diez o doce platos por cada categoría. En los entrantes nos quedamos con ganas de probar las Vieiras salvajes con cigalas y espárragos trigueros, o el Milhojas de foie y manzana caramelizada. Pero nos decidimos por unos pimientos de Gernika con sal de Maldon y unas croquetas variadas, entre las que destacaban la de hongos y la de centollo. Ambos entrantes fueron servidos en bonitos platos de pizarra negra. Las croquetas quedaban así muy vistosas, pero no tanto los pimientos, de color verde oscuro, que apenas destacaban. Pero esto son pijadas... Lo importante es que las croquetas eran estupendas: grandes, perfecta y finamente rebozadas y con tropezones que garantizaban su autenticidad. Los pimientos de Gernika son una variedad de pimientos verdes muy pequeños y que se supone tienen un sabor muy suave y una textura muy tierna. Digo "se supone" porque no siempre es así, por más sellos de garantía Eusko Label que lleven. Sin embargo, los que nos pusieron en Casa Mirones eran exactamente como deben ser, tiernísimos, deliciosos y cocinados en su punto. Lo de usar la sal en escamas hay que reconocer que también es una excelente idea.
La sección de pescados de la carta era tan tentadora que al final optamos por un plato de degustación. La fuente que nos sacaron era enorme, con trozos limpios y rollizos de rape, mero, merluza y rodaballo, además de unos cuantos chipironcitos, todos ellos a la parrilla con su refrito de ajo. Absolutamente deliciosos. Y para hartarse. Por si te quedabas con hambre, incluían una enorme y riquísima patata al gratén.
En la sección de carnes fuimos con la recomendación de probar el solomillo. Lo preparan a la pimienta verde, al roquefort y al oporto. En principio no parece nada del otro mundo. En cualquier restaurante italiano los sirven así. Cuando nos presentaron el plato, sin embargo, comprendimos que aquello no tenía nada de común. El solomillo era una de esas piezas tan altas como anchas. Yo calculo que al menos irían allí 400 gramos de solomillo. Al hincarle el diente, además, apreciamos que se trataba de una carne tierna y sabrosa como pocas he tenido la oportunidad de probar. Ciertamente, se puede comer un solomillo impresionante en un puerto de mar: queda demostrado.
Como mi religión me impide beber alcohol, no puedo comentar adecuadamente el tema de las bebidas, salvo por el hecho de que la carta consta de una variedad de aguas minerales delicatessen. Me confieso ignorante en cuanto a este punto e incapaz de distinguir una de esas aguas delicatessen de un agua mineral normal. En mi modesta opinión, el agua del grifo de mi pueblo está mejor que la Font d´Or que me sacaron. Eso sí, me parece oportuno indicar que lo que en casa Mirones llaman "Tinto Reserva de la casa" consiste en... ¡un Beronia de 1999...!
Supongo que los postres serían muy buenos, pero no pudimos con ellos. Eso sí, el café era estupendo y la manera de presentarlo, preciosa.
En fin, esta pantagruélica comida, con vistas maravillosas a uno de los pueblos más bonitos del Cantábrico, nos salió por 55 €/persona.
Comiendo como comen, no es de extrañar que los sanjuandarras sean capaces de derrotar a Oxford, a Cambridge a Carlomagno... y quién sabe a quién más.
1 comentario:
Nuestra experiencia en el lugar fue nefasta. Una pena. Es la oveja negra de la zona porque en Pasaia se come muy bien.
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