El hojaldre es uno de los inventos gastronómicos más fantásticos. No es especialmente digestivo ni dietético, es muy difícil de preparar, pero hace que cualquier plato salado o dulce pase de lo vulgar a lo sublime. Los franceses se atribuyen su paternidad, aunque probablemente ya era conocido por los árabes, si bien con la diferencia de que ellos utilizaban aceite en lugar de mantequilla para su elaboración. El hojaldre consiste en unas láminas de masa de harina, agua y sal en las que se intercalan láminas de mantequilla. Al hornearlas, la grasa intenta expandirse, separando las distintas capas de masa y creando así la estructura esponjosa y quebradiza tan deliciosa al paladar.
Ya que preparar hojaldre es un reto para auténticos maestros, nosotros nos vamos a conformar con comprar la masa ya hecha. Suele venir congelada o refrigerada, casi siempre en rollos que no tenemos más que extender. Por desgracia, éste es el tipo de producto que suele llevar harinas transgénicas, tan perjudiciales para nuestra salud, para la naturaleza y para los agricultores, y tan beneficiosas para las multinacionales. Como en nuestra amada y democrática patria, las empresas no están obligadas, como en el resto de Europa, a indicar en sus etiquetas si sus productos son transgénicos, debemos andar a ciegas en este asunto. Gracias a la Guía Roja y Verde de Greenpeace, puedo desaconsejar las marcas "La Cocinera" (que en realidad es la multinacional Nestlé) y "Frudesa", (que en realidad es la multinacional Unilever) pues ambas contienen transgénicos.
Otro peligro para nuestra salud presente en muchos precocinados congelados son las grasas hidrogenadas. Hidrogenar una grasa es un procedimiento químico que básicamente consiste en hacer que una grasa que en principio es insaturada, es decir más saludable, pase a ser saturada, es decir proclive a provocarnos problemas de colesterol, entre otros. Os preguntaréis ¿cómo se puede ser tan imbécil y/o psicópata de tomarse la molestia de tratar químicamente un producto en principio saludable para convertirlo en dañino? La respuesta, como siempre en nuestro sistema de libertades capitalistas es sencillo: el lucro, que es el afán por el que la humanidad se comporta como si fuera imbécil y/o psicópata. Y es que las grasas hidrogenadas siendo vegetales -es decir, más baratas- se comportan como animales -es decir más caras- y encima pueden permanecer mucho más tiempo en las estanterías de tu gran superficie preferida sin caducar. Es un gran negocio para los honrados empresarios, y un gran atentado contra nuestra salud, perfectamente impune, por supuesto, que para eso vivimos en un país libre.
Yo he utilizado la marca Rana, que aunque no he podido averiguar si contiene o no transgénicos -gracias a la cobertura que da nuestra legislación a la no información del consumidor- al menos afirma no poseer grasas hidrogenadas. Estaría bien poner esas etiquetas tan grandes y bonitas que vemos en las cajas de tabaco en las bolsas de croquetas de La Cocinera y en tantos otros productos nocivos.
Bien, pasemos a la receta.
Ingredientes:
-Masa de hojaldre.
-250 gr. de espinacas -valen las congeladas.
-250 gr. de bacalao.
-100 gr. de gambas pequeñas peladas -valen las congeladas.
-Una chalota o media cebolla
-Sal
-Una pastilla de caldo
-Harina
-Mantequilla
-Leche
-Nuez moscada
-Un poco de aceite de oliva
-Un huevo
Modo de elaboración:
Echamos las espinacas congeladas en una olla con agua hirviendo, sal y una pastilla de caldo. Las dejamos cocinarse unos diez minutos. Una vez cocidas, las debemos escurrir muy bien, aplastándolas para que suelten todo el agua que sea posible.
Desalamos el bacalao -podéis comprarlo desmigado, que se desala antes y es más barato, y para este plato es lo mismo. Lo picamos en trocitos. Descongelamos las gambas.
Picamos la chalota o cebolla lo más finamente que podamos y la ponemos a pochar a fuego lento en una sartén con un trozo de mantequilla y un chorrito de aceite. Cuando esté pochada, añadimos el bacalao picado y las gambas, subimos a fuego medio y vamos removiéndolos para que se cocinen bien durante un pàr de minutos.
Ahora preparamos una bechamel.
Ponemos un trozo de mantequilla en una sartén honda y la derretimos. A fuego lento, añadimos harina poco a poco y removemos en círculos sin parar para que se mezcle uniformemente con la mantequilla. Hay que vigilar la temperatura para que no se queme la mezcla. Ahora añadimos leche poco a poco. Si no habéis hecho nunca una bechamel, os asustaréis al comprobar que, nada más echar la leche, se forman unos grumos espantosos. Que no cunda el pánico. Sigamos removiendo y añadiendo leche poco a poco hasta que los grumos se vayan disolviendo. Con un poco de suerte terminaremos obteniendo una salsa de color blanco tostado similar a la de un puré poco espeso. En ese momento le añadimos un poco de sal y nuez moscada, removemos un poco más y lista la bechamel.
Mezclamos la bechamel, el bacalao, las gambas y las espinacas, de forma que más o menos quede todo a partes iguales.
Ahora desenrollamos la masa de hojaldre y, recordando nuestros trabajos manuales del colegio, decidimos qué forma queremos darle a nuestro hojaldre. Podemos hacer desde una gran ensaimada, usando la lámina entera de masa, o cortarla en trozos y hacer piezas más pequeñas. Cada uno que lo haga según su habilidad manual y creatividad.
En vez de sobre la encimera o cualquier otra superficie, es muy aconsejable extender los recortes de la masa directamente sobre la propia bandeja del horno, previamente enharinada para evitar que el hojaldre se pegue. Así nos evitamos transportar los hojaldres una vez rellenos hasta la bandeja, pues la masa es muy fina y tierna y podrían destrozarse nuestras obras maestras durante el traslado.
Con una cuchara vamos extendiendo el relleno sobre el centro de la masa - no conviene poner una capa muy gruesa, pues queda un poco basto y además el hojaldre puede romperse por el peso. Untamos los bordes del hojaldre con huevo batido -esto nos servirá de pegamento- y los vamos uniendo formando empanadillas -o la forma que cada uno quiera, aunque la de empanadilla es la más sencilla. Una vez cerrados, con un tenedor vamos aplastando los bordes de manera que se sellen mejor y se quede una bonita superficie acanalada. Podemos untar también con el huevo batido la parte superior del hojaldre, para que quede más lustroso una vez horneado.
El horno ha de estar precalentado a 220º y así hay que mantenerlo hasta que se dore el hojaldre. Lo normal es que tarde unos 15 minutos. Si las piezas son pequeñas, un poco menos.
El plato ha sido trabajoso, pero si ha habido suerte y nos ha salido medio bien sentiremos que en casa se puede comer como en los mejores restaurantes.
Aunque el hojaldre recién hecho es lo ideal, también está muy rico una vez frío, en plan canapé. Esto es preferible a recalentarlo.
Buen provecho.
martes, 10 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Excelente receta,ya se me hace agua la boca,aunque aqui trabajar el hojaldre a 39° es algo complicado pero con algunos trucos se consigue.Me encanta la claridad en la descripcion,es como verlo paso a paso.Saludos
Pero, ¡qué calor!
Yo aquí estoy con la chimenea encendida.
Muchas gracias por tu amable comentario.
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