Ayer falleció Mar
Camacho dimitió de su acta de diputado cuando la izquierda comenzó a venderse al capital propugnando términos eufemísticos como "pacto social." A pesar de arrasar durante cuatro congresos sucesivos de CC.OO., fue "derrotado" por Antonio Gutiérrez en el fatídico VI Congreso. Algún día habría que hablar de ese prodigio de ingeniería manipuladora con la que en las últimas décadas la oligarquía ha logrado dinamitar desde dentro las organizaciones que le resultaban incómodas mediante un hábil cóctel de coacción, engaño, soborno, manipulación psicológica y mediática, etc. Que un tipejo como Gutiérrez, gris como él solo y con el signo de Judas delatándole en cada gesto, palabra y mirada, lograse conseguir más votos en ese congreso que el carismático Camacho es un ilustre ejemplo de esa ingeniería de la que hablo.
En este punto quisiera dedicar unas letras más a Antonio Gutiérrez. En aquel momento era un niñato trepa que propugnaba la "modernización" de Comisiones Obreras. Tal modernización en resumen consistía en la entrega sin condiciones del sindicato a los brazos del Gobierno y la Patronal o, lo que es lo mismo, la claudicación de cualquier reivindicación justa a cambio de golosas subvenciones. El sindicalista "moderno" pasaba de este modo a ser no el enemigo del patrón, sino su colaborador de confianza para "sacar esto adelante."
Hoy el intrépido Gutiérrez que al estilo de un tiburón en una empresa, colaboró para que CC.OO. se vendiese a los bancos, disfruta de las clásicas recompensas que esta mafia otorga a sus ejecutivos: acta de diputado por el PSOE, con fastuosa pensión vitalicia.
Mi opinión sobre Marcelino Camacho es ambivalente, pero emocionalmente significativa. Es verdad que me falta un conocimiento directo, y que solo conozco del hombre y de sus hechos lo que otros -incluído él mismo- han contado. Pero creo reconocer en la trayectoria vital de este sindicalista un modelo que se repite en otras personas menos famosas que él pero que han atravesado una historia similar. Me refiero a todos esos hombres y mujeres, la mayoría ya fallecidos o muy ancianos, que participaron activa y heroicamente en las luchas obreras y políticas antes, durante y después de Franco. En muchos de ellos -no en todos- se detecta que las optimistas y firmes convicciones de otros tiempos se han desmoronado. Poco a poco los combativos impulsos se tornan en sumisión. Creo que es algo muy humano y explicable, porque la humana debilidad no está reñida con el comportamiento noble y ético.
Al contrario que Gutiérrez o Fidalgo, sus jóvenes y dinámicos camaradas, Camacho vivió años en condiciones verdaderamente modestas para alguien que había acumulado cargos tan importantes, en un cuarto piso sin ascensor y con su jersey de siempre, que más parecía impuesto por la necesidad económica que por la ideología. Alguien debió sentir vergüenza ajena cuando se conoció que tenía serios problemas con las escaleras dada su edad y gracias a ello fue trasladado a su actual vivienda en Majadahonda, en la que ha fallecido.
Así como Carrillo puede considerarse simplemente como un cerdo traidor y los años que pasan por él solo sirven para que el natrón de su maldad momifique aun más su conciencia, Camacho es una más de esas personas olvidadas, derrotadas por la vida, luchadores vencidos y desencantados que, más que por los años, se han vuelto miedosos y conformistas por la acumulación de traiciones que han cargado en sus espaldas. Cuentan que alguien le traicionó después de la Guerra y que ello le valió la cárcel. También vivió la traición de Casado, en la defensa de Madrid ante los fascistas. Y la de Carrillo, que le timó con el camelo del eurocomunismo. Y de sus compañeros del PCE y de CC.OO. que le mandaron a casa con una palmadita cariñosa en la espalda.
Tantas vicisitudes, tantas puñaladas, tantas decepciones no es de extrañar que generen hasta en alguien tan valiente y entero como Camacho una especie de síndrome de Estocolmo que le hacía sonreir despistada y tristemente cuando recibía un diploma de manos del heredero del dictador contra el que tanto luchó, lo mismo que cuando, puño en alto, cantaba la Internacional delante de un auditorio que se burlaba de ella.
Descanse en paz.