lunes, 14 de diciembre de 2009

Tragedia sin catarsis.




Abundan los programas nocturnos a los que la gente insomne o trabajadora llama para contar en antena su vida más privada. Esta confesión incluye, desde una violación acaecida en el entorno familiar, hasta un embarazo no deseado, pasando por una situación de indigencia. Se trata de un fenómeno radiofónico que ha ido ganando adeptos y que en el estado español se materializa desde hace dos décadas en un exitoso y veterano programa de la Cadena SER, muy descriptivamente denominado "Hablar por hablar"
El horario nocturno aprovecha la ficticia trampa de la confidencialidad y la de la soledad extrema, como si de pronto el entorno se convirtiese en un pequeño y acogedor saloncito en el que se encuentran solos la locutora o locutor y la persona desesperanzada que marca el teléfono gratuito, estableciéndose un falso juego sentimental que puede engañar a primera vista si no empleamos una mínima reflexión.
Lo primero en lo que pienso, aunque sea ya un tópico recurrente, es en la infinita soledad o desconfianza que debe sufrir alguien capaz de llamar a una emisora de radio para narrar situaciones dolorosas, límites o escabrosas. Para ello, además, es preciso romper la barrera del pudor, ese sano pudor que, en principio, te impide verbalizar y exponer tu intimidad más preciada, más amada o más odiosa, ante millares de desconocidos. No creo que esto tenga que ver en absoluto con la desinhibición sino con la desensibilización sentimental aparentemente programada por quienes deciden sobre los espectáculos y la educación de masas.
Otro aspecto crucial reside en que el programa se limita a un desahogo que se pierde en la noche. En "Hablar por hablar" no se empleará siquiera, como pasa en otros programas, la excusa de tener en el estudio a un supuesto equipo especializado que ofrezca soluciones reales a situaciones concretas. Nada tiene valor cuando se queda en un susurro que nadie va a recibir, en una angustia que nadie aliviará. Porque, en el momento en el que la persona que habla cuelgue el teléfono, su vida continuará siendo igual de miserable e insufrible que antes, -en el caso de que la llamada no fuera una broma o un montaje, claro está.
Los griegos utilizaban la Tragedia como método de purificación. Contemplar en un escenario, narrado con un arte supremo, el permanente triunfo del mal en este mundo, la derrota de lo bueno y lo justo, provocaba en los espectadores una especie de conocimiento del dolor que los colocaba como por encima de él. A esto creo que se refería Aristóteles cuando habló de la catarsis en la tragedia.
Pero en este tipo de programas, aunque aparentemente podríamos estar hablando de un fenómeno semejante, las cosas son muy distintas. No hay purificación ninguna porque, cuando tras una hora has escuchado quince casos de violencia, de enfermedades mortales, de miseria, de odio, de abyección, la singularidad se esfuma y las historias se convierten para el oyente en una aburrida repetición de lugares comunes. Solo la sensiblería emanada de lo políticamente correcto hace que empatices con una situación concreta pero es evidente que se trata únicamente de una empatía cultural, ya que en cuanto apagas la radio, te olvidas del asunto y lo archivas en tu memoria como un bonito vestido que has fichado para Nochevieja.
El terror y la compasión que, según Aristóteles, debería asaltarnos al escuchar el relato de unos malos tratos en el hogar se transforman en un desapasionado recurso a un cliché o eslogan que hemos oído en la tele. La Tolerancia Cero sustituye a la catarsis. Estamos en contra porque lo dice la tele, pero igualmente podríamos estar a favor si la tele así lo pidiese mañana. Nuestra ética y nuestra sensibilidad cambian tan rápidamente como nuestro fondo de armario o nuestro teléfono móvil. Ni sentimos compasión ni terror, ni mucho menos nos elevamos por encima de esos sentimientos para comprenderlos: nos limitamos a hacer muecas aprendidas con un corazón que ya ni sabe nada ni siente nada.
A esto contribuye mucho el recurso -presente igualmente a lo largo de toda la parrilla de programación- de mezclar historias terribles con bobadas intrascendentes. Puede darse el caso de que aparezca en antena una mujer que acaba de perder a su hijo en un trágico accidente laboral y acto seguido surge la voz de una chica a la que le gustan dos amigos y no sabe por cuál decidirse. De esta forma, la banalidad atrapa como una tela de araña las cuestiones más trágicas transformándolas en asuntos frívolos y anodinos.
Me recuerda esto que Shakespeare, en sus tragedias, no desdeña mezclar lo trivial y hasta lo soez con lo más trágico. ¿Por qué entonces en Shakespeare esta mezcla nos purifica de la miseria y en "Hablar por Hablar" nos enfanga aun mas en ella? Yo creo que es porque Shakespeare nos hace comprender, como a Macbeth, que "la vida es un cuento lleno de ruido y furia y sin sentido narrado por un idiota.", pero "Hablar por hablar" nos vende esa furia, ese ruido, esa idiotez envuelta con el papel de regalo de la sensiblería, con la indiferencia de la producción en cadena. Shakespeare nos advierte de que la liebre es un gato. "Hablar por hablar" nos vende gato por liebre.
Pero lo que más directamente me fastidia de este tipo de programas es su pretendida labor social. No sé si los responsables de esta danza de máscaras se creerán de verdad ese rollo, ese desfile de sentimientos y superficialidad entremezclada y resuelta con una aparente asepsia profesional que me pone los pelos de punta. La labor social de estos productos es muy otra: es conseguir la anti-utopía orwelliana de programar no ya nuestras ideas o actos, sino hasta nuestras emociones.
Espero no padecer de insomnio durante las fechas navideñas porque el golpe de escuchar "I'm dreaming of a white Christmas" cantado por Frank Sinatra mientras una anciana narra cómo no tiene para cenar más que una sopa de sobre, será demasiado para mi estómago y mi cerebro.

6 comentarios:

. dijo...

El problema es que en la catarsis se purifica el alma, aquí se emponzoña.

No voy a ser el primero en decir que las pasiones, aunque produzcan placer, no son igualmente válidas (aparte de que los placeres también son distintos). En estos casos el morbo es la guía fundamental.

Cuando el morbo preside una reunión de personas lo que se consigue es hacer más daño y así ese morbo puede retroalimentarse ya que la gente dañada podrá utilizar de nuevo el morbo para intentar llenar sus vidas vacías.

Pensando en vidas vacías otra escapatoria fácil es buscar llenarlas a base de hurgar en la vida de los demás. Este es también uno de los mecanismos fundamentales de las revistas del corazón. Mi vida será un desastre pero puedo evadirme cotilleando en la vida de los demás. En este programa hay mucha gente que disfruta hurgando en la vida de personas desesperadas que no tienen con quién hablar porque no le importan a nadie.

Está muy bien la comparación que haces con la catarsis. En ambas hay reunión pero mientras que la primera sirve para unir a las personas la segunda sirve para alejarlas.

Saludos

Maria C dijo...

Mas que de acuerdo contigo y con bLuEs,no conozco en mi pais un programa asi pero hay algunos en la noche que aceptan llamadas y la gente cuenta lo que quiere,es el mismo principio de varios diarios que se dirian "amarillistas" yo les llamaria asquerosos,donde se retratan situaciones comunes pero en tono sensacionalista y con lenguaje chabacano y soez,casualmente son los de mayor tirada,a la gente le gusta hurgar en la miseria ajena.Saludos

Dizdira Zalakain dijo...

Blues:
La verdad es que es un espectáculo lamentable llevado a cabo, además, con la coartada de la empatía. Los reality shows que van, más o menos en esa onda han contribuído a que no nos conmovamos ante nada y a que dudemos sistemáticamente de la autenticidad de cualquier testimonio.

En fín, María C, qué suerte que en tu país no haya bodrios como éste, pero me temo que lo importarán pronto. Además, esta moda de los programas de testimonio son un ardid para vaciar las programaciones de contenido real y consistente.
Saludos para ambos.

JL F dijo...

Hablar por hablar esta hecho para el espectaculo, para conseguir oyentes y, por lo tanto, publicidad. El que llama no esta solo, sino que comparte su pena con millones, y se da asi la misma situacion que en una ceremonia tipica de los evangelicos donde todo el mundo cuenta sus problemas ante los espectadores y todos se hacen "solidarios" en el problema individual (una solidaridad falsa, en el caso de la radio, y en la mayoria de las veces tambien en el caso de la iglesia). Es una mezcla de consuelo en el aplauso ajeno, una forma de catarsis, si, pero no para conseguir una conclusion de ella, como en las tragedias griegas o en las obras del dramaturgo ingles, sino para resignarse al final a su situacion.

No solo es soledad, tambien exibicionismo, y todo ello aderezado con la prostitucion que organiza el programa de radio con fines de audiencia, no de solucionar el problema de la persona. Es decir es un negocio donde prostitucion, voyeurismo y exibicionismo se dan cita para ver la desnudez humillante a la que una persona llega en esta sociedad que nos deja solos ante nuestros problemas (antes y despues de contarlos en la tele o en la radio).

Dizdira Zalakain dijo...

Qué bueno el ejemplo de los evangélicos. En realidad es como una megaterapia de grupo con aplausos de fondo y la música adecuada a cada situación. Lo importante es que, como dices, antes y después del espectáculo la gente permanece sola y sin encontrar ni verdadera comprensión ni soluciones reales a su problema.

pcbcarp dijo...

Supongo que el objetivo de estos programas es, precisamente, insensibilizar al personal. Lo peor es que no creo que lo hagan a posta: vende y punto.