sábado, 13 de noviembre de 2010

Flan de castañas.

El otro día me regalaron una bolsa de castañas recién recogidas. Esos maravillosos frutos, con su cáscara de boiserie caoba y su sabor a bosque, tienen el defecto de ser engorrosos de pelar. Pero, como dice Santiago Alba Rico:
"(...)podemos tener la casi total seguridad de que si algo nos da pereza —si algo nos molesta— es porque vale la pena." (1)
Así que me decidí a hacer un postre, que también es de esas cosas que da pereza hacer pero que luego tanto se agradecen cuando se compara su calidad con la de la bollería industrial.

Ingredientes:
500 gr de castañas
7 huevos
100 gr de azúcar
200 ml. de nata
Leche
Mantequilla
Nuez moscada
Canela
Cacao en polvo
Caramelo líquido

Modo de elaboración:
Lo primero es hacer un puré de castañas.
Ponemos las castañas en una olla de agua. Las mantenemos hirviendo cinco minutos y luego las dejamos a fuego lento 45 minutos. Cuando estén lo suficientemente frías como para manipularlas sin quemarnos, les quitamos la cascara gruesa de fuera y la fina interna. Esto hay que hacerlo mientras estén calientes, para que sea más sencillo. Si la operación va lenta y se nos enfrían demasiado antes de acabar, podemos ponerlas a calentar de nuevo otros cinco minutos. Dejamos las castañas peladas en un bol grande.
Ya hemos hecho lo más complicado. Ahora ponemos un vaso de leche y una cucharada sopera de mantequilla a calentar en un cazo. Cuando la mantequilla esté derretida, vertemos el contenido sobre las castañas y lo batimos todo con una minipimer o cualquier aparato similar. Ya está hecho el puré de castañas.
Ahora batimos los huevos y les añadimos el azúcar, una cucharada sopera de cacao en polvo, una cucharadita de canela y un pellizco de nuez moscada. Podemos usar la minipimer para mezclarlo bien.
Vertemos la mezcla sobre el puré y, además, la nata -es preferible que no esté demasiado fría.
Volvemos a usar la mimipimer y procuramos que quede una mezcla uniforme. Nos dará la impresión de que queda demasiado líquido, pero no hay que preocuparse, que falta ponerlo en el horno.
Para ello usaremos los típicos moldes de flan. En la base podemos poner caramelo líquido. Aunque parezca una tontería, el caramelo líquido no es tan fácil de preparar. Aquí os dejo un blog donde se explica magníficamente cómo se prepara -sin ocultar sus dificultades y hasta peligros. Desoyendo el lema de que lo que da pereza vale la pena, esta vez he optado por comprar el caramelo líquido ya hecho. El que tenía en casa viene en una botellita de cristal y es de la marca Royal -por cierto, otra más de las decenas de empresas legendarias españolas absorbida por una multinacional.
Ahora hay que poner los flanes al baño maría. Para ello, una vez llenos nuestros moldes, buscamos un recipiente grande en el que quepan y que sea apto para meter al horno, lo llenamos de agua y ponemos los moldes. No sé si es necesario aclarar esto, pero por si acaso: los moldes no pueden sumergirse del todo ¡o se nos llenará el flan de agua! Precalentamos el horno a 180º y dejamos los flanes entre 45 y 60 minutos. Cuando estén cuajados -cosa que podemos comprobar pinchando con un tenedor- los dejamos enfriar, los sacamos del molde y los servimos.
Un postre otoñal incomparable, ya veréis.

(1) Merece la pena transcribir el párrafo completo, que se encuentra en este libro:
Por eso, y no por nostalgias reaccionarias o cristianas vocaciones de martirio, hay que desconfiar de todo lo que puede hacer uno mismo sin ayuda y de todo lo que podemos lograr sin demasiada fatiga. En una sociedad que da tantas facilidades para perder el juicio, que hace tan llevadero matarse y tan irresistiblemente placentero dejar caer las cosas al suelo, que proporciona tantas comodidades para que aumentemos nuestra ignorancia y concede tan generosos créditos y subvenciones para que despreciemos a los otros o hagamos ricas a las multinacionales, podemos tener la casi total seguridad de que si algo nos da pereza —si algo nos molesta— es porque vale la pena. En una sociedad que nos obliga precisamente a no hacer ningún esfuerzo, que nos impone la pasividad más divertida, que nos fuerza a no sentirnos jamás incómodos, perturbados o vigilantes, que nos constriñe tiránicamente a estar siempre satisfechos, podemos estar casi seguros de que precisamente todo aquello que no queremos hacer nos vuelve un poco más libres. En una sociedad tan totalitariamente favorable, tan poderosamente benigna, tan dictatorialmente confortable, he acabado por adoptar este principio: si algo no me gusta, es que es bueno; si no lo deseo es que es bello; si no tengo ganas de hacerlo, es que es liberador. Cada vez apetece menos leer, ser solidario, mirar un árbol: he ahí el deber, he ahí la libertad. Cada vez nos cuesta menos ver la televisión, conectarnos a Internet, usar el celular: he ahí una manifestación tan feroz del poder ajeno y de la propia sumisión como lo son la explotación laboral o la prisión.

3 comentarios:

Eleutheria Lekona dijo...

Se me antoja delicioso. Además, el libro cuyo vínculo nos dejas... me gustaría leerlo.

Gracias.

Dizdira Zalakain dijo...

Muchas gracias, Eleutheria.
Como supongo que en México resultará muy difícil conseguir este librito, de una pequeña editorial vasca, puedes descargarlo de aquí:

http://www.mediafire.com/download.php?vdgpg51koco

Eleutheria Lekona dijo...

Oh, muchísimas, muchísimas gracias por el vínculo. Gracias de veras.