En el pensamiento de Occidente, dos buenos y tempranos ejemplos de la necesidad de la vuelta a la religión tras el fracaso de la Ilustración para traer la justicia a este mundo son Walter Benjamin y Max Horkheimer.
Benjamin mira hacia el pasado y se plantea lo siguiente: supongamos que realmente algún día acabamos con la explotación en el mundo y construímos una sociedad justa y libre, feliz y próspera. Esa sociedad se habrá construído sobre el sufrimiento de millones de víctimas fracasadas de revoluciones fallidas. ¿Es que no habrá justicia para ellos? Benjamin lo expresa bellamente en su opúsculo "Sobre el concepto de historia":
"Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso."
Horkheimer, por otro lado, ni siquiera confía en la posibilidad real de esa sociedad sin clases. La ilustración posee una naturaleza doble, contradictoria: el progreso técnico, la emancipación económica y cultural de una sociedad posee un reverso siniestro que parece esencial a ella. Sociedades opulentas y con todas las posibilidades para liderar la liberación del mundo, son las que al final lo esclavizan. Los avances de la Ilustración se utilizan para precisamente hundirse aun más en la barbarie. La Alemania nazi o los actuales Estados Unidos son dos buenos ejemplos de ello.
Esta desalentadora mirada a las víctimas del pasado, imposibles ya de redimir, y a las del futuro, inevitables por la naturaleza dialéctica de la Ilustración, lleva a ambos pensadores a acudir a la religión como única salida. Sin lo sobrenatural no hay esperanza de redención para los caídos, para los millones de humillados por la Historia. Horkheimer identifica religión con anhelo de justicia, con el anhelo de que la eterna injusticia del mundo algún día sea vengada. Dice Horkheimer:
"¿Qué es religión, en el buen sentido? El inextinguible impulso sostenido contra la realidad, de que ésta debe cambiar, de que se rompa la maldición y se abra paso la justicia."
Sayyid Qutb, en el libro que comentamos en la entrada anterior, "Justicia social en el Islam", considera al marxismo como innecesario para el Islam. Piensa que el marxismo quizá sí sea una necesidad en Occidente, provocada por la carencia de una religión que se ocupe de la justicia social. Pero en el Islam es contraproducente: se trata de un producto ajeno a las peculiaridades, necesidades y tradiciones del mundo islámico, hecho a medida de Occidente. Esta actitud de hostilidad hacia el marxismo de este ideólogo de numerosos movimientos islamistas, especialmente el de los Hermanos Musulmanes en Egipto, generó durante muchos decenios una oposición frontal de los islamistas a los marxistas y viceversa. Ésta es una situación que, afortunadamente, está cambiando en los últimos años, como veremos en otro capítulo de este post. Ahora me gustaría explicar mi desacuerdo con esta idea de Sayyid Qtub.
El principal problema que aqueja a la crítica de Qtub al marxismo es el mismo que aqueja a casi todas las críticas, bienintencionadas o no, a la aportación de Marx. Se trata de creer que el marxismo lo que hace es proponer un modelo determinado de sociedad, como modelo ideal. Si uno piensa que el marxismo es eso, entonces es normal que Sayyid Qutb diga algo así como: "Este señor alemán del siglo XIX no nos va a decir a los egipcios del siglo XX qué tipo de mundo es el que nos conviene; nosotros tenemos nuestras propias ideas, necesidades y tradiciones acerca de ese tema." Pero proponer modelos "ideales" de sociedad es algo que se ha hecho infinidad de veces en la historia de la humanidad: todos los autores de utopías lo han hecho. Pero la aportación fundamental de Marx no es esa. Lo que Marx aporta es una teoría científica acerca de los mecanismos de explotación: cómo funcionan "por dentro", cómo se expresan "por fuera", cómo evolucionan y cómo colapsan. Esto no es una cuestión de que nos guste o no. Esta teoría no nos pretende convencer de que hay que ser solidarios y no explotar a los demás, ni de que hay que rebelarse contra los abusos; es una teoría científica que describe hechos: no los juzga ni nos impele a actuar en un determinado sentido.
Otra cosa distinta es la filosofía de Marx y también otra distinta su acción política. Para aceptar como científicamente válido el materialismo histórico, la teoría científica de Marx, no es preciso aceptar ni su sistema filosófico -denominado "materialismo dialéctico" ni su lucha política (a través de la Internacional, el Partido Comunista, etc.)
Quizá alguien objete que es imposible que una persona religiosa acepte el "materialismo histórico" como teoría científica válida, pues el materialismo es incompatible con la concepción religiosa del mundo. Sin embargo, esto se debe a otra confusión, esta vez provocada por el propio Marx, que utilizó un término quizá poco afortunado. Marx llamó a su concepción de la historia "materialista" para distinguirla de la manera acientífica de tratar la historia que hasta entonces se había impuesto. Es como si a la química, una vez establecida como ciencia, se le hubiese denominado "materialismo alquímico" o a la astronomía "materialismo astrológico." Así pues "materialismo histórico" significa, simplemente, "Historia como ciencia." Lo mismo que cualquier religioso acepta que la medicina o la electrónica son compatibles con la religión, por más que sean científicas y materialistas, cualquier persona religiosa puede perfectamente seguir siéndolo y aceptar como científicamente válido el materialismo histórico.
Sayyid Qutb confunde esta disciplina científica de Marx con la filosofía de Marx, el materialismo dialéctico, que, en efecto, es incompatible con la religión, puesto que se trata de un planteamiento filosófico ateo por definición.
Me temo que, por increíble que parezca, numerosos marxistas también confunden continuamente ambas cosas. De ahí la mutua creencia en una incompatibilidad que, en realidad, no es tal. Yo afirmaría que, más bien, marxismo y religión son maravillosamente complementarios.
miércoles, 10 de febrero de 2010
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4 comentarios:
La revolución definitiva jamás existirá. El pobre desea ser rico, y los que llegan a serlo se terminan comportando, en muy poco tiempo, en ricos con todas sus consecuencias y miserias. Pueden seguir manteniendo el discurso progre que usaban cuando eran descamisados, pero es pura hipocresía, porque se agarran a sus posesiones exactamente igual que lo hace cualquier otro rico de toda la vida.
Las revoluciones las dirigen líderes naturales, con un carisma extraordinario. Pero es incompatible ese carisma con la humildad y con la empatía. Un ejemplo de lo contrario sería Gandhi, pero cuando él consiguió el fin por el que había luchado, renunció a todo cargo en el poder, cosa que no hacen los grandes líderes revolucionarios, cuyo objetivo, según se va asentando su poder para mover al pueblo, se convierte como única y exclusiva meta en el poder.
El comunismo, el anarquismo y cualquier otra utopía de igualdad podría funcionar en una sociedad de otro planeta, pero es incompatible con el ser humano. La codicia, la tuya y la mía de no estar nunca satisfechos con lo que tenemos, convierte una sociedad igualitaria en perfectamente imposible. El que tiene 1 quiere 2, el que tiene 2 quiere 3, y el rico, que tiene 100, roba o asesina para conseguir 200. Los líderes revolucionarios casi nunca proceden del pueblo oprimido, sino de la clase media, que quiere quitar a la clase gobernante para ponerse ella en su lugar. Y ésa es la única razón para las revoluciones, y el que crea lo contrario no conoce a los políticos. Lo único que cambia son los dos estratos superiores de la pirámide, mientras que el inferior siempre es el mismo, sufriendo primero a unos y luego a los otros, mientras intercambian entre sí su posición en el escalafón. Los líderes se arropan de ideólogos y revolucionarios íntegros, que les aportan ideas y seguidores, pero son utilizados miserablemente y posteriormente desechados, si es que no abandonan la causa ellos mismos, totalmente decepcionados con la revolución que ellos mismos ayudaron a montar.
Y como el hombre todo lo corrompe, también lo hace con el pensamiento, y por supuesto, mucho más con algo tan poderoso como son las religiones. No hay mayor poder que el espiritual. Un dictador puede dominarte físicamente, materialmente, pero si no se mete en tu mente, es un poder sin cimientos. La espiritualidad es lo más importante en un ser humano, y quien controle eso, controla todo lo demás. Un hincha de fútbol, por muy fanático que sea, no entregaría sus posesiones a su club; tampoco el afiliado a un partido político; una persona totalmente sumisa a un grupo religioso, sí. Y no sólo sus posesiones, sino incluso su voluntad. Los poderosos saben esto desde siempre, y saben que controlando las religiones, controlan realmente al pueblo. Por la propia ansia de poder y gloria del ser humano, muchos ven en la religión o la espiritualidad un medio para dominar a otros e inflar su ego. La inmensa mayoría de líderes religiosos y espirituales que he encontrado en veinte años que llevo escarbando en ese mundo, son inteligentes egocéntricos, conscientes del grandísimo poder al que tienen acceso. Personas con una gran capacidad para absorber información, que luego repiten de carrerilla a sus seguidores, sin sentir realmente nada de lo que están diciendo. El escaso espíritu crítico de la mayoría de seguidores les mantiene como líderes de sus grupos, encontrando -en el caso de las grandes religiones o sectas- además el apoyo del poder político, empresarial o financiero, que les asienta definitivamente en ese poder espiritual.
La confusion que dices con respecto al marxismo es totalmente cierta. Marx no da ninguna receta para aplicarla exactamente en cualquier situacion posible, sino que ofrece las herramientas para que se analicen cuales son esas circunstancias concretas para combatir la explotacion, la injusticia, las diferencias sociales y economicas.
En este sentido, yo diria que el marxismo y la religion no son incompatibles, siempre y cuando la religion no se entienda como sumision a un poder incuestionable sino como algo mas amplio y profundo, un sentimiento de unidad, de justicia, de hermandad unido a una necesidad de explicaciones.
En cuanto a que ninguna revolucion es posible, como dice Alto Sil, el analisis de esta imposibilidad se basa en como somos nosotros los hijos del capitalismo, atados a nuestras posesiones mas que a nuestros ideales o religiones, aunque naturalizar esta situacion como si fuera la unica posible es o intencionado o fatalista.
Todo se puede cambiar, nosotros somos construcciones sociales, y como tales, podemos ser transformados a la vez que transformarmos las circunstancias. !Que es dificil!. Mucho. !Que quizas nunca lo veremos!. Probablemente. Pero la sociedad ha cambiado en miles de ocasiones, la cultura y la vision del mundo tambien, y seguira haciendolo eternamente. Y la responsabilidad no esta solo en los politicos o en los dioses, que a veces, como en el capitalismo, se hacen casi sinonimos, sino tambien un poco, o un mucho, en nosotros mismos.
La idea de que nada se puede cambiar es fatalista, sin duda. Si nadie hubiera luchado hasta ahora, no viviríamos en una sociedad en que puedes llevar a juicio al que te pisa (aunque si es alguien muy poderoso, seguramente no se haga justicia) y estaríamos igual que en la Edad Media. Algo se ha ido sacando de cada revolución, aunque yo creo que quien más lo ha conseguido no eran precisamente los revolucionarios, que sólo buscaban el sillón. A veces los políticos cambian las leyes cuando el pueblo ya está maduro y unido, y se lo grita, pero los políticos se cuelgan la medalla y pasan a la historia como bienhechores.
Por otro lado, lo que ganamos en avances sociales lo perdemos en comunicación y solidaridad, mientras que en países pobres donde la injusticia social es aún abrumante, la salud mental y el apoyo entre vecinos es algo que ya dejamos de conocer aquí hace mucho tiempo.
Y sin sabiduría, muchas medidas que se toman están condenadas a fracasar. Hay quien intenta cambiar el mundo buscando el aplauso y el reconocimiento a su labor. Cuanta más sabiduría, más empatía, y por tanto más cerca de las necesidades reales de los demás se podrá estar. Pero para tener sabiduría, primero se tiene que intentar cambiar uno mismo. Si todos miráramos hacia dentro y decidiéramos poner solución a nuestra vida personal, no harían falta revoluciones, por la simple razón de que las injusticias se evaporarían por sí solas, y la justicia social crecería automáticamente y sin trabas.
Alto Sil:
Tienes mucha razón en lo que dices; la condición humana, por lo general, es detestable. Pero si nos quedásemos en esto no podríamos más que resignarnos. Un error grave es confiar en que sean los políticos los que vayan a iniciar revolución alguna. Con la profesionalización de la política, solo aspiran a mantener su poltrona y, en la práctica, todos sus esfuerzos se dirigen a trabajar para las multinacionales que son las que los subvencionan. Estos dos aspectos hacen que vivan alejados de los problemas reales de la ciudadanía, actuando ya no de forma revolucionaria sino reaccionaria y corrupta.
Sin embargo, no todas las revoluciones se realizan con banderines y grandes batallas. Todos tenemos un compromiso en la medida de nuestras posibilidades y podemos mantener una actitud revolucionaria en nuestra vida más cotidiana. En mi opinión, es revolucionario no someterse a un empresario tirano, no permitir que una multinacional destroce tu entorno natural y tantas otras cosas. Sin ir más lejos, informar de las cosas que el capital oculta ya es de por sí una actitud de compromiso y esto, por lo poco que te conozco, tú lo haces. No quisiera parecer ingenua pero, quizá, estas pequeñas revoluciones anónimas son las que conforman una global e imparable y eso sí que está en nuestra mano. Lo que ocurre es que existe un gran desencanto general que incita a buscar salidas individuales, normalmente evasivas y, además, nos han convencido de que debemos delegar las grandes ddecisiones en nuestros "representantes". Si fuésemos conscientes de nuestro poder como masa, terminaría la opresión y ellos lo saben. ¿Por qué, si no, se toman la molestia de detener a gente por sus opiniones, de ilegalizar partidos políticos, de demonizar ciertas ideas o religiones? Estamos aletargados pero no tanto y temen que despertemos del sopor consumista. Yo confío en que algún día esto suceda.
José Luis:
Esa es la clave: la religión, como todo, se puede pervertir y ser utilizada como mecanismo de control y represión o como estupefaciente para alejar a los creyentes de su realidad e impedirles que luchen para cambiarla. Estos son los mayores peligros de la religión y es importante permanecer alerta para evitarlos.
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